Medidas revolucionarias en lo tocante a lo organizativo y lo deportivo debilitaron mucho al grupo al significar la ausencia de hombres importantes y básicos que no fueron sustituidos por elementos de garantía. Además, algunos futbolistas que se quedaron, en la práctica estuvieron ausentes porque su papel en la 21-22 distó mucho de parecerse a lo que nos tenían acostumbrados. Para colmo, el banquillo rojiblanco se le entregó a un entrenador de “Erasmus” a la vera de la Alhambra que no dio la talla y se tardó más de la cuenta en despedirlo.

En sólo un año, sin más transición, nuestro equipo ha pasado de codearse con equipos de excelente pedigrí futbolero internacional a ver cómo sus blasones a partir de ahora y no sabemos por cuánto tiempo sólo van a poder campear por estadios de la segunda categoría del fútbol español. La cuarta peor temporada de sus ya 26 años en división de honor ha tenido como desenlace el décimo descenso de la historia. Un descenso que, para ahondar en la herida del sufrido granadinismo, llegó de forma cruel en el último suspiro y cuando todo estaba a favor de los rojiblancos, que en un pésimo partido no fueron capaces de hacer un gol ni de penalti.

La suma de todo ello dio como resultado un descenso a segunda.

La mala temporada tiene como colofón una nueva revolución en las facetas administrativa y competitiva, con relevo en la presidencia y en la dirección deportiva. Pero ése es un relato que corresponde a capítulos venideros.